Lectura: 2 Corintios 2:12-17
"Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden."
(2 Corintios 2:15)
Algunos aromas son inolvidables. Hace poco, un hombre mencionó que se le estaba terminando la crema de afeitar. «Yo compro alguna», le ofreció su esposa. «¿Puedes conseguir esta? —preguntó mientras le mostraba el frasco—. Me encanta el perfume; es la que mi papá usaba siempre». La esposa sonrió al recordar cuando, en una ocasión, había evocado momentáneamente su niñez al sentir el olorcito del mismo champú que su mamá usaba para lavarle el cabello. Tanto para su esposo como para ella, los olores habían desencadenado respuestas emocionales y recuerdos agradables de personas que amában y que ya no estaban.
Oliver Wendell Holmes declaró: «Los recuerdos, la imaginación, los sentimientos del pasado y las asociaciones se despiertan con más rapidez a través del olfato que por cualquier otro medio».
Así que, ¿qué sucedería si nuestra vida fuera un olor que atrajera a las personas hacia Dios? En 2 Corintios 2:15, leemos: «Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden». A Dios le agrada nuestra fragancia, pero esta también hace que los demás sean impulsados hacia Él o se alejen. Los que hemos entendido sobre el sacrificio de Jesús tenemos la oportunidad de ser el «olor de Cristo» (un recordatorio de su Persona) para los demás.
El dulce aroma de la semejanza de Cristo puede ser un atractivo irresistible hacia el Salvador.
Al caminar con Dios, dejamos una fragancia agradable que puede atraer a otros a seguirlo.
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